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  • Foto del escritorAndrea Delgado Córdoba

A MIS ANCESTROS


Desde muy niña mi cabello fue el símbolo de mis batallas, interiores y exteriores, crecí con frases como "tu cabello es demasiado liso y largo, te vas a quedar pequeña por llevarlo así", "pareces virgen de pueblo con ese cabello tan largo, ¿Por qué no te lo cortas?". Adicionalmente a mi cabello, que era mi rasgo más vistoso, se añadieron detalles en la opinión de otros sobre mi (en bien o en mal), y aparecieron expresiones como "eres idéntica a tu papá pero con el color blanco de tu mamá, menos mal", "que pena que no parezcas hija de tu mamá, ella es muy linda", "hubieses sido preciosa si tuvieses los ojos verdes de tu mami, lástima". A medida que pasó el tiempo y cambié de ciudades las frases se volvieron así: "Oye, pero tu siendo de Pasto no te vistes con falda y zapaticos de paja (alpargatas)”, ¿En Pasto si tienen centros comerciales y edificios o viven en chocitas como los indígenas?, "pero, tu eres como bonita, uno no cree que las pastusas son bonitas" y ni se diga cuando se trataba de bailar (un gusto que tengo desde que recuerdo), las frases se tornaban algo como: ¿te habían dicho que bailas como negra? ¿Acaso de donde, los indígenas saben bailar salsa?" y en los últimos años cuando llegué a Cartagena las frases eran algo así: "Yo no sabía que en Pasto habían mujeres blancas", “Anda, uno no se imagina que las pastusas tengan forma", entre otras que no voy a mencionar. Recuerdo que desde niña hasta hace algunos años, en las noches me preguntaba ¿Por qué no tuve los ojos de mi mamá?, ¿Por qué dicen que debería parecerme más a mi mamá que a mi papá? ¿Soy fea por tener el pelo de indígena?, ¿Está mal que me guste bailar como bailan en Tumaco? ¿Que mi papá tenga rasgos de personas indígenas es malo? ¿La belleza es solo ser blanca, rubia, de cabello ondulado y ojos claros? ¿Acaso qué le han dicho a la gente de afuera cómo somos en Pasto y en Nariño? Esas, las primeras dudas, fueron las que invadieron mi infancia y redujeron en gran medida la fortaleza que debía tener sobre mi autoestima, fueron palabras y frases con las que crecí y seguiré viviendo seguramente, por lo compuesto de nuestra sociedad, y es por esto que me parece importante hablar ahora, porque crecer en la diversidad no debería hacerte sufrir tanto y además, me causa curiosidad el impulso que lleva a otros a opinar sobre los demás y lo que esto genera, un caos cultural. Frases de ese tipo, no solo fueron un conflicto interno para una niña que estaba en etapa de crecimiento y debía lidiar con estereotipos dañinos para sentirse "aceptada" en su sociedad, sino que sumadas a las frases que se me decían en mi adolescencia, crearon otras miles de preguntas en mi cabeza, que se tornaron también de carácter académico, porque en ningún sitio donde había estado, se me dejaba de encontrar un rasgo por el cual definirme de algún lugar o más bien dicho, de una cultura. Pues bien, con el tiempo aprendí a sobrellevarlo, a aceptar con risas los comentarios, a no responder y callar, a guardármelo para mí. Todo esto sin entender que mi cerebro iba guardando información que no podía digerir muy bien. A pesar de ser abogada no soy muy amiga de los conflictos, ni las peleas, pero si me apasiona mucho la retroalimentación del conocimiento, lastimosamente aquí donde nací, es difícil dar tu opinión sobre algo tan delicado como la raza, el género, las creencias y la política sin que te griten, te manden a callar o te ofendan por hablar, y más si eres una mujer, joven, que parece indígena, pero es blanca o amarilla, "tiene forma" y le gusta bailar como los afros y hasta en fotos, tiende a verse asiática. Según mis genes más recientes, los de mis padres, una mestiza, el resultado de la mezcla entre una blanca y un indígena.

Del término Mestiza que se maneja en la actualidad, hablaremos más adelante. Con todo lo anterior, en el último tiempo, empecé a sentir que había una carga que pesaba sobre mí y que no lograba definir que era, las preguntas en mi cabeza habían llegado a un límite de almacenamiento y entonces decidí frenarlo todo y ponerme de frente a mi pasado y revisarlo, ¿Qué era lo que estaba cargando? Usé varias herramientas para desatar los nudos que envolvían la carga, pero escogí mis favoritas, entre ellas, la terapia sicológica, la escritura, la música, el baile, la historia y mi imaginación. Cuando pude desatar estos nudos me encontré con la carga de una historia que no era del todo mía y que no se me había dicho que la llevaba, la historia de mi familia. Esta era la historia de los que me habían heredado los rasgos físicos que hoy me tenían revisando que pasaba afuera y adentro de mí, eran mis ancestros.


Y así empezó el viaje. Ahora, ya no solo almacenaría las preguntas, era momento de encontrarles una respuesta.


Empecé por armar mi árbol genealógico, a llenar de preguntas a mis papás y a mis abuelos, a mis tíos, tías, primos, primas, amigos y amigas de mi familia, a leer y buscar en museos alguna historia sobre ellos y que impactos externos les pudieron haber llevado a tomar ciertas decisiones en sus vidas, decisiones que me hacen respirar hoy. Encontré información hasta 1890 según las cuentas, solo algunos nombres de mis tatarabuelos e historias de ellos y alguna que otra cosa sobre sus rasgos físicos y comportamentales, no era mucho pero ya era algo. Unir esa información a los hallazgos históricos de la época, hicieron en mi cabeza nuevas ideas que espero poder comprobar en algún tiempo. Este viaje maravilloso de mi historia, me llevó a conocer personajes en mi región que buscaban su propia historia y que buscan también reconstruir la de todos y todas, como reza la frase que le atañen a Michael Crichton "el que no sabe de historia, no sabe de nada, es como ser una hoja y no saber que se forma parte de un árbol". Para el momento en el que mi viaje empezó, se sincronizaba muy bien a la labor que desarrollaba en ese entonces en Cartagena de Indias, una labor para mejorar la convivencia con los animales, con quienes compartimos ancestros, un viaje al que también espero llevarles a través de mis letras. Suspiro escribiendo "¡Ay Cartagena!", ese territorio mágico que cuenta historias desiguales que no se quedaron en el pasado y que al igual que yo con mi historia, teníamos asuntos por resolver. Nos hemos ayudado mutuamente.


Ahora estoy aquí, he decidido usar esta nueva herramienta, una bitácora, porque tengo muchas de papel desde mis catorce años, y voy a usarla para explorar más, plantear más preguntas y construir, si se puede, mi versión de la verdad, la verdad de mi universo, en el que ahora les tengo a quienes me leen. Mi invitación es que exploremos juntos, nuestras propias historias y construyamos una mejor, una donde podamos avanzar con esfuerzo, no sufriendo. Este es mi homenaje a mi abuelo Nelson, "el morochito", el amante de la fiesta, el que me enseñó a bailar y amar la vida en el campo, a mis abuelas Bertha y Victoria, "las blancas", las que me enseñaron a nutrir mi espíritu como a mi cuerpo, a poner límites como mujer, a mi abuelo Aurelio y sus ojos de dragón, a ti bisabuela Mercedes, porque el amor es libre y junto con ellos a mis bisabuelos, tatarabuelos y cada ancestro y ancestra, les honro y les bendigo en sus aciertos y desventuras.


Este es un homenaje a ustedes Papá y Mamá, porque son el equilibrio de mi existencia, a la unión del "indígena" y "la blanca", a su decisión de amarse, por crear a esta mujer mestiza. Esta, es mi manera de aportar al proceso de enmienda de todo el sufrimiento al que fueron sometidos mis ancestros, nuestros antepasados y sus comunidades, sus etnias, aquellas que hoy siguen padeciendo los mismos fenómenos de segregación. Esta, es mi invitación para que juntos podamos reconocer nuestra propia historia y construir una en la que no se repitan los sucesos que ellos y ellas vivieron y que algún día, todos los habitantes de la tierra podamos convivir en libertad. Pai Pai

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